Una relación sin futuro

Siempre he pensado que la relación entre empresa y trabajador es como una relación de pareja, como un matrimonio, si me apuras, y sino lee «Love Story: Idilio entre trabajador y empresa» , artículo que publiqué  en mis comienzos como colaboradora en La Nueva Ruta del Empleo.

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Cada relación es un mundo, y cada vínculo que se establece es diferente al anterior, en algunas parejas los límites están claramente definidos, en otras, no lo están tanto, en muchos de estos dúos, es uno de los miembros el que lucha constantemente porque la relación siga a flote y en otras muchas parejas, por muchos intentos que se hagan por mantener el barco intacto, tapando los escapes y las fugas, es mejor abandonarlo y decir adiós, sin traumas ni música de violines.

En las empresas, como te decía, ocurre lo mismo: existen trabajadores que se comprometen y dan toda su esencia porque confían ciegamente en la otra parte y esperan que el otro o la otra, apueste también por su relación, pero también hay algun@s que aunque hace tiempo que se desenamoraron siguen «casad@s» con su empresa, vete tú a saber porqué, quizás por miedo a salir de la zona de confort, por miedo a no encontrar otro trabajo, por conformismo o por pura resignación.

Y es que divorciarse de la empresa en la época de crisis que vivimos está muy mal visto, la gente no entiende que alguien se plantee dejar un trabajo, una empresa, simplemente por discrepancias o porque «no te guste», much@s  de esos que critican están programados a la antigua usanza  o lo que es lo mismo piensan «que en un matrimonio hay  mucho que aguantar».

Trampas disfrazadas de oportunidades

Llegué a aquella empresa después de un complicado proceso  de despido y después de varios meses buscando un nuevo reto profesional. No fue fácil, mentiría si dijese lo contrario, tenía un buen perfil, pero soy mujer y muchas empresas al SÍ que precede a la pregunta de ¿tienes hijos? te descartan de un plumazo o te relegan a la lista de suplentes, eso por no contar, cuando te preguntan por tu edad y respondes con una sonrisa que tienes treinta y tantos.

Era un puesto perfecto, dentro de mi área profesional, a no muchos kilómetros de casa y en una empresa que alardeaba de ser una de las pocas del sector que no había sucumbido a la crisis, es más, según ellos, la crisis les había fortalecido, y además  estaban en disposición de pagarme un sueldo mileurista.

Vamos que tenía delante de mi al típico novio apuesto al que toda madre te diría que no puedes rechazar, y que probases un tiempo porque nunca se sabe donde puedes encontrar el amor (Ésto evidentemente no era amor verdadero, sino una relación sin más, un simple noviazgo concertado, a ambos les interesaba…).

Tengo que decir que el proceso de selección ya me dio pistas sobre la cultura de aquella empresa, gente que al pasar delante de otra no saludaba, gente que a penas se relacionaba, una empresa donde no existía la puntualidad, y te llamaban para la «última» entrevista una hora antes, o entrevistas donde se te preguntaban, entre otras cosas, por el sueldo de tu pareja, si tenías intención de tener más hijos, si fumabas o estupideces como cuál era el modelo de coche que tenías.

Y yo acepté su proposición, acepté a sabiendas que sus valores no eran los míos. Mis ganas de volver a trabajar y de empezar en un proyecto desde 0, con la ilusión de una universitaria recién salida de la carrera, con ganas de hacer, de cambiar, de proponer, de mejorar, porque eso sí, mi función allí era (según me contaron) un reto, la puesta en marcha de un nuevo Departamento de Recursos Humanos, totalmente diferente al que ya existía desde hacía 35 años. Todo un reto que no pude rechazar.

Mi ilusión duró poco, y mi motivación no tardó en esfumarse.

Pude percibir el olor a rancio desde el primer mes: propuestas de mejora rechazadas sin motivo y una tras otra, candidat@s que tras un complicado proceso de selección por lo específico del perfil no «encajaban», según ellos, porque no estaban dispuestos a aceptar un sueldo por debajo del salario mínimo interprofesional o no eran «válidos» porque no aceptaban trabajar de domingo a domingo… Muchas reuniones donde intentar explicar, sin caer en la desesperanza, porque había que hacer ésto o lo otro, porque yo después de miles de entrevistas y como profesional de RRHH consideraba que una candidata era perfecta para aquel puesto «a pesar de sus 30 y tantos…», y mientras, mucha frustración, mucha rabia, mucha tristeza y mucho estrés.

Pero también muchas ganas de volver a intentarlo, de seguir luchando, y así durante varios meses, nunca tiré la toalla… pero todo, todo tiene un límite.

Mis límites, mis principios

Cuando en una relación de pareja, uno de sus miembros sobrepasa los límites del otro, la relación queda abocada indiscutiblemente al «divorcio emocional», cuanto menos, y lo mismo ocurre en la relación laboral cuando:

  • Existe falta de comunicación
  • La rutina se convierte en la tónica del día a día
  • Cuando hay falta de pasión, de motivación, cuando ya no nos dejamos llevar por las ganas de seguir creciendo, haciendo, cambiando o mejorando.
  • Se sobrepasan los límites y se acude recurrentemente a  las faltas de respeto

Pero, ¿cuándo se rompe definitivamente una relación de pareja y/o laboral? Sin duda, cuando una relación de pareja está rota, un@ lo sabe (yo lo sabía desde el comienzo, mi historia era una relación sin futuro), y sobre todo, un@ lo siente. Puede que incluso los compañeros de trabajo también sean testigos del desgaste diario y de la ruptura y posterior separación, pero al final, la decisión es de la pareja o de uno de sus miembros que siempre termina tomando la iniciativa para dar el paso y alejarse.

Para mí, el NO a continuar en aquella empresa fue un alivio, un acto de amor hacía mi persona, una toma de consciencia necesaria, un acto de valentía, porque cuando sientes que ese «novio» no es el que te llena, no  es el que te respeta, no te deja crecer ni quiere crecer contigo, cuando el desgaste personal es mayor que los beneficios que te aporta la relación, cuando es evidente que no hay un proyecto de futuro común, entonces, ha llegado el momento del adiós, la hora de la verdad, el instante en que debes afrontar una decisión basada en ti, en tus principios, en tu esencia al fin y al cabo.

«Cuando quieras hacer algo, hazlo. No aguardes hasta que las circunstancias te parezcan favorables» Rudyard Kipling